Michael Haneke irrumpe de nuevo en la escena mundial, y en esta ocasión lo hace con “Amour”, un drama que aborda el tema de la vejez y todo lo que le acompaña, el enfrentamiento físico y emocional que nos abre camino hacia la muerte. Sin duda, se trata de una película “universal” en el sentido de que aborda una situación por la que todos vamos a atravesar de una u otra forma. Es un absurdo que el propio director haya tenido que retirarla de la competencia de los Austrian Film Awards, debido a que, según informó el propio festival, el film no cumplía los requerimientos para ser nominada a mejor película debido a que estaba rodada en francés y a que carecía de influencia austriaca significativa. Tras un breve paso por nuestra cartelera comercial (consecuencia de las nominaciones que logró la película en la última edición del Óscar) , la película continúa exhibiéndose en la sala del Centro Cultural PUCP .

Haneke y su reparto principal en el Festival de Cannes – 2012
Por Miguel Vidal*
“Amour” de Michael Haneke (2012) —o “Amor”—es de aquellas películas que a uno lo dejan sin palabras. Una película de temer, de aquellas que nos adelantan la vida. Y es que los films de Haneke impactan profundamente al espectador puesto que lo interpela de una manera despiadada —como en una película de Bergman. Estos llevan aquella lúcida intención de viajar a lo más interno de nuestras almas y a la raíz de los problemas de la sociedad en nuestro tiempo. Trabajan sobre todo un repertorio de situaciones que van desde las más sublimes a las más aterradoras o perversas.
Ganadora en el Festival de Cannes, en los premios Bafta, en el Globo de Oro, en el Premio del Cine Europeo, y en el propio Oscar como mejor película extranjera, entre otras reconocidas distinciones. “Amour” es una desgarradora historia que gira en torno de dos ancianos que luchan para mantener sus grandes afectos frente a las adversidades de la edad avanzada. En este caso, en un día inesperado, mientras desayunaban, Anne Laurent (Emmanuelle Riva —célebre por Hiroshima Mon Amour de Alain Resnais), sufre un estado catatónico y se queda mirando hacia el vacío sin poder responder a la preocupación de su esposo Georges Laurent (Jean-Louis Trintignant —conocido por Y dios creó a la mujer de Roger Vadim, y películas como El Conformista de Bernardo Bertolucci, Z de Costa-Gavras o Rojo de Krzysztof Kieslowski). Al cabo de un interminable momento ella vuelve en sí, sin sospechar lo que le había pasado. Georges le sugiere ir al hospital y ella se niega. No obstante luego será sometida a una cirugía en donde ocurrirá una complicación que le provoca una aguda parálisis de la mitad de su cuerpo. Ella le hace prometer que nunca más la llevaría a un hospital. En adelante es cuando George se ve de pronto confrontado a lidiar con esta dramática situación en la que buscará a toda costa atender al cuidado de Anne con admirable fortaleza y un gran cariño, mientras le quedaba esperanza, algo que lo convertirá inevitablemente en el testigo principal del resquebrajamiento de la salud de su amada esposa, una mujer que se resiste a la idea de generar compasión ante los demás y que siempre preferirá enfrentar ella misma su suerte con hidalguía y gran entereza, así su propia enfermedad la sobrepase.
A su vez, su hija Eva Laurent (Isabelle Huppert —protagonista de La profesora del piano de Michael Haneke, basada en la novela de Elfriede Jelinek), quien no podía visitarla con mucha frecuencia, desea que su madre sea trasladada a un lugar donde la puedan cuidar con mayor profesionalismo, lo que ocasiona algunos desentendidos con su padre, quien se ha propuesto cumplir con la promesa que le hizo a su esposa. Después de todo, es él, y no su hija, quien le dará todo su tiempo y energía para estar con ella.

George (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva)
EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA
Con esta película Haneke nos hace ver que la vejez, la muerte o el sufrimiento no es aquello que le sucede a los demás, a los otros, o aquello que preferimos no ver u ocultar, o aquellas cosas que tratamos de una manera muy distante, como aquel titular del periódico que habla de un asesinato o un suicidio en alguna parte de nuestra ciudad, del país o del mundo, y cuya implicancia no la sentimos íntima, ni la consideramos importante, de tal manera que no logra conmovernos, algo que incluso pareciera ser tan abstracto.
“Amour” nos lo presenta todo de una manera tan real y tan concreta, que nos vuelve partícipes de aquella dura realidad —hasta nos asusta. Nos hace convivir en todo momento con el drama de sus protagonistas. Nos deleitamos con lo que ellos se deleitan, celebramos todas sus palabras y gestos galantes, nos envuelve todo el universo artístico y musical en torno a sus vidas, pero a medida que avanza la cinta, hasta sufrimos lo que ellos sufren, y eso muy bien podría herir algunas susceptibilidades, e incluso hasta no ser soportado. Pero a pesar de ello, nos intriga saber hasta dónde puede llegar el amor de esta pareja de músicos octogenarios que empieza a vivir su última etapa, tratando de resistir a esa tragedia sin que ello afecte a sus costumbres, a su pasión por el arte, la cultura y la vida en general; a su forma tan loable de encarar la muerte sin dejar que nadie les entorpezca el camino que les queda por recorrer.
De George sentimos su impotencia de querer hacer siempre más para ayudar, pero a la vez alentamos su perseverancia para enfrentar el sufrimiento de la persona que ama. De Anne admiramos su valor y el coraje ante la cruel enfermedad que padece y que va impidiéndole de manera progresiva el disfrute de la vida. Prefiere no prolongar una vida de discapacidades, no desea verse convertida en una carga para nadie y lamenta que su fiel esposo tenga que estar pasando por una serie de situaciones tan penosas por atenderla. A pesar de todo ello, pareciera que ambos se resisten a perder el buen humor, y esto hace que, pese a la gravedad de los hechos, nos regalen pasajes de lo más conmovedores y tiernos sin llegar a ningún tipo de excesos.
El film de Haneke, por fortuna, no es nada sentimental —como bien el título pudiese confundirnos—y evita en todo momento caer en el melodrama. Es más bien un tanto cruel pero producto de su gran honestidad. Nos intriga y nos conecta porque nos abre una serie de preguntas que nosotros mismos nos hacemos ¿Hasta dónde podríamos llegar en una situación como la de ellos? ¿Cómo lidiar con el sufrimiento de una persona a la que amas? ¿Cuál es el límite para considerar que una vida todavía es digna de vivirse? ¿Somos realmente libres en esta sociedad como para decidir sobre nuestra propia muerte? Temas como el suicidio o la eutanasia se desprenden de toda esta descarnada reflexión y sobre el desenlace de la película misma. Todo ello nos hace querer saber y sentir hasta el último minuto.
Pero uno tiene que estar demasiado atento porque Haneke no está dispuesto a conceder demasiadas pistas o señales alrededor de la historia, no quiere decir que no las haya, algunas cosas se van develando hacia el final, y es que en la mente del director existe todo un sistema detrás, aunque no para explicarnos la película, ni tampoco para negociar nuestro interés bajo los juegos de la intriga o las reglas del suspense —Haneke está muy alejado de esa tradición— sino para sugerirnos con escenas trabajadas con exquisita sutileza, hasta qué punto puede llegar la convicción, la consecuencia, el atrevimiento y la valentía de sus personajes para afrontar la vida o asimismo regalarnos elementos simbólicos que nos sirvan para resignificarla. Algunas nos conducen al camino de la imaginación o de nuestros sueños, otras al umbral de nuestros anhelos y deseos, la esperanza de tal como quisiésemos que las cosas ocurran.

Michael Haneke y la dirección de actores
PERSONAJES QUE NO BUSCAN UN AUTOR
Haneke tiene en cuenta en todo momento al espectador, hay una relación muy activa con él, en ocasiones para provocarlo —tal es el caso en películas como Funny games (1997) o Benny´s video (1992)— y en otras para despabilarlo —como en Amour—, pero sin caer en el juego del espectáculo, a veces utilizando sus propios recursos, pero siempre para poner en evidencia y discusión el mismo, y muy por el contrario de cualquier cinismo, lo que uno puede encontrar en esta relación es que el director pareciera encarnar genuinamente el rol protagónico del mito de la caverna de Platón, tratando de mostrarnos aquello que no vemos o mejor aún, aquello que no queremos ver, o en su defecto, aquello que no nos dejan ver ya sea porque esta sociedad nos hace perder aquellas facultades con o sin nuestro consentimiento. En “Amour” Haneke, a pesar de que puede llegar a perturbarlo, respeta al espectador en el sentido que busca que este mismo se cuestione sobre aspectos cruciales de la vida, sin recurrir a ninguna moraleja y apartado de cualquier moralismo.
Pero una relación fundamental es la que establece con sus personajes. Haneke los ama, y producto de ese amor es que deslumbran. Parte de ello es que les entrega total libertad para desenvolverse y emanciparse de su autor con el objetivo de cumplir a cabalidad con todo lo que las circunstancias les exigen. Y es quizá esa modestia respecto a sus criaturas la clave de su maestría —además sabe muy bien con que actores trabajar para encarnarlos de manera rotunda. Los retrata tal y cual son, con sus virtudes y defectos, humanos a fin de cuentas. Los quiere y los respeta a todos por igual. Nunca los juzga. No existe una denuncia o censura sobre ninguno de ellos. Evita el maniqueísmo en todo momento. Ninguno es más bueno o más malo que el otro, todos poseen gran intensidad, y hay una repartición equitativa y justa de la inteligencia. Cualquiera puede estar de acuerdo con uno o con otro, pero todos tienen una razón. Desde su posición en el mundo responden con propiedad y ninguno deja de ser interesantes. Y sumado a ello, importan tanto por lo que hacen como por lo que piensan. Pero es cierto, dentro de este nivel de libertad, por otro lado, los envía a un calvario tan extremo que nos hace pensar también en un amor un tanto retorcido, casi como el de un dios cristiano que se lava las manos cuando se trata de los males de este mundo o el de un guionista demasiado despiadado.

Michael Haneke, la disparidad de lo trágico, un ensayo de Juan Hernández Les – 2009.
EL SELLO PERSONAL
En un principio el estilo de Michael Haneke en “Amour” nos recuerda en algunos aspectos a Robert Bresson. Sobre todo por el manejo de la cámara, por la plasticidad, el naturalismo, la frialdad y sobriedad en sus escenas, una atmósfera muy similar al documental. Pareciera que Haneke también quisiera ser Bresson. Pero no le hace falta ser Bresson. Ha logrado conseguir un estilo personal —entre el realismo y la vanguardia— y seguir su propio camino. Los films de Haneke trabajan de manera impecable aquello que Bresson desdeñaría militantemente: La actuación.
“…nada de actores, nada de papeles, nada de puesta en escena. Sino el empleo de modelos, tomados de la vida. SER (modelos) en lugar de PARECER (actores)…”, “…Dos clases de películas: las que emplean los recursos del teatro (actores, puesta en escena, etcétera) y se valen de la cámara para reproducir; las que emplean los medios cinematográficos y se valen de la cámara para crear…” nos diría Robert Bresson en su libro “Notas sobre el cinematógrafo”, porque cree que estos se esconden tras su técnica, tras su arte en una pantomima que nombraría peyorativamente como teatro filmado.
Y precisamente es en la dirección de actores que lo separa rotundamente de Bresson. Haneke cree tanto en sus actores —como en sus personajes—, y por el contrario de lo que desconfía Bresson, logra a través de ellos, como con un espejo, internarnos en lo más profundo del alma humana de una manera auténtica y con una credibilidad emocional impresionante, sin dar cabida al melodrama, suprimiendo la trampa o el artificio.
Sumándose así al legendario parnaso que va desde Bergman, el propio Bresson, Rohmer, a ser heredero de Antonioni, cercano a Tarkovski, más aún de Kieslowski, y de la mano con Kiarostami. De aquellos que se dirigen a lo fundamental y que nos trasmiten demasiado con pocos —es un decir—recursos de producción en virtud de su arte. De aquellos que rechazan las convenciones sobre el tiempo, el suspense o la continuidad, sin ningún temor al aburrimiento. No obstante en “Amour”, Haneke emplea un digerible guión de estructura clásica para entregarnos una obra maestra, con un estupendo manejo de los espacios en off, de la elipsis y el fuera de campo, de lo ausente como discurso.

La pasión por la vida a través del arte
LA MUERTE ELEGANTE
Su película nos dice que una vida digna merece también una muerte digna. Y aquello se expresa muy bien hacia el final. Es cierto, la senectud es una tragedia que nos llegará a todos, y cada quién tendrá su forma de afrontarla ¿Pero cuánto se debe soportar una situación como la de ellos? Uno puede estar de acuerdo y hasta celebrar el sacrificio de cada uno, pero no estamos en la piel de ellos, ni estamos para reprocharles nada, y es quizá toda esa hipocresía de la reprobación contra la muerte por compasión, por un lado, y el festejo del martirio como un acto heroico, por el otro, lo que Haneke nos viene a cuestionar.
George quería creer que Anne podía mejorar, con una débil esperanza y de manera espartana dio todo cuánto pudo para que esto sucediese, pero todo se fue volviendo poco a poco inútil e insostenible. Anne no iba a mejorar, y hasta ella misma le anunció que preferiría morirse. Desde aquel momento todo giraría en torno de que George aceptase o no la pronta muerte de su esposa, puesto que era imposible mantener viva a una persona que ya había decidido morir y que había dejado de querer luchar por su vida —¿cuál vida?—, peor aún, en el momento en que todo se encuentra perdido, en que la lucha ya no tiene sentido y todo ha llegado a su fin, y en el momento en que la frustración de ambos comienza a desesperarlos y a separarlos emocionalmente, mientras ella se va volviendo poco a poco incontinente, perdiendo sus facultades psíquicas, la capacidad de hablar con claridad e incluso la conciencia, haciendo imposible llevar una vida digna, convirtiendo está en una tortura para ambos.
En ese estado decadente, producto de una enfermedad que cada vez va degenerando, Anne inconscientemente buscará su muerte. Ya no puede soportar la vida de esa manera. Casi por instinto decide no probar más alimentos y de alguna manera esto la condenaría a su final. Todo esto irritaría a Georges que intentará obligarla a vivir y darle de comer a la fuerza, ella se rehúsa, y él la reprende con una bofetada. El film alcanza así el momento más crítico y más descarnado. ¿Hasta dónde ha llegado tal situación? Al punto en que aparece toda aquella agresividad contenida de George producto de su frustración y su impotencia para revertir las cosas. Esto de una u otra forma le revela que seguir significará a cada momento el deterioro del amor. Ella, como último acto de voluntad empieza a pedir y repetir ayuda, una ayuda que pareciese connotar un doble significado.
Haneke permite que George se muestre en su lado más tierno y más violento, en su lado más monstruoso, pero sobre todo, y a pesar de él, en su lado más bueno, como siempre se lo recordará su esposa Anne a lo largo de toda la cinta en diálogos muy gentiles, pero a la vez muy audaces y muy irónicos:
—Tengo muchas historias que todavía no te he contado.
—¿No me digas que a la vejez vas a arruinar la imagen que tengo de ti?
—Por supuesto que no lo haré. ¿Y cómo es mi imagen?
—Eres un monstruo a veces. Pero eres amable.
Y es cada cosa que él hace y se las ingenia por contentarla es de lo más maravillosa. Es así que se le ocurre contarle una anécdota de su infancia para tratar de calmarla, de tranquilizarla y de prepararla —y prepararnos— para ese momento en que él tomará valor y un tanto de sangre fría para llegar hasta las últimas consecuencias y acabar con la vida tan innoble que tiene que padecer ese ser tan querido a quien ama, ahogándola brutalmente con su almohada, como para que termine rápido y con el menor dolor. Esta escena sin duda nos deja a todos perplejos.
Haneke transforma de esta manera tan aterradora el asesinato en un acto de auténtico amor. No importa la forma tan escalofriante como se llevó a cabo, sino el sentimiento y la humanidad que hay detrás de la más importante y crucial decisión en la vida de amor entregado de esta entrañable pareja, de un amor que nunca muere, de aquellos en que –según sugiere el filosofo Ortega y Gasset en su brillante ensayo Amor en Stendhal— un ser queda adscrito de una vez y para siempre y del todo para otro ser.
En adelante Haneke nos regalará en el desenlace una secuencia de poesía, simbolismo y ensoñación, a manera de compensación por toda la atmósfera asfixiante que hemos padecido como espectador en aquella habitación que se había convertido progresivamente en una agobiante cárcel para todos. La escena de la paloma vendría a ser quizá un evidente acto mágico de purificación, aquella despedida que no pudo realizar, y a la par, lo que él quería conseguir con su esposa, y lo que finalmente hizo, es decir, liberarla. La carta nos dejaría implícito el suicidio de George, y la aparición de Anne nuevamente en la cocina como si todo estuviese bien y nada hubiera ocurrido vendría a ser como ese soñado encuentro con los seres amados después de la muerte, aquella partida juntos hacia un más allá que bien pudiese ser un más acá. Aquello que debiera quedar intacto de tanto quererse, los sólidos vínculos producto de una exquisita vida compartida. Juntos se visten y salen imaginariamente del departamento hacia un rumbo desconocido —nos provoca pensar que fue hacia a un concierto de música de cámara—, ambos amables y atentos, como siempre fue natural en ellos, queriéndose, jugando con nuestras ilusiones, como si hubiese sido un final feliz.
Después de todo: “El sabio vivirá mientras deba, no mientras pueda. Considerará en qué lugar ha de vivir, en qué comunidad, de qué forma, cuál es su cometido. Piensa siempre en la calidad de la vida, no en su duración”, escribió Séneca en Cartas a Lucilio (Elogio de la ancianidad). Y es que a fin de cuentas “Amour” vendría a ser una historia de sufrimiento pero también de redención.
Pero es antes que nada: UN GRAN ELOGIO A LA VIDA.

El más acá
Siendo ya uno de los mejores directores de cine de la actualidad, Michael Haneke está en la ruta de convertirse en un clásico y un maestro del séptimo arte.

Eva (Isabelle Huppert) en la escena final
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